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A lo largo del día, la mayoría de la gente mantenemos un diálogo constante a través de nuestra voz interior. Es una conversación inaudible en la que nos planteamos los pros y contras de todo lo que nos sucede. Ese continuo razonar, que ayuda a tomar decisiones, es tan natural y necesario como el mero hecho de respirar.

Sin embargo, esta característica tan propia del ser humano sigue rodeada de un sinfín de incógnitas. Las dificultades para estudiarla hacen que la ciencia todavía no haya sido capaz de entender bien cómo surge o qué aspectos fisiológicos la regulan.

Tampoco la psicología ha sido capaz de profundizar del todo en el fenómeno, ni de explicarlo en toda su dimensión.

Ahora bien, por supuesto que se han hecho avances, y ahora la conocemos mucho mejor que hace 20 años.

¿Qué es la voz interior?

Se trata de esa voz con la que dialogamos a todas horas, en ocasiones llamada «la voz de la conciencia», «voz mental» o también «diálogo interno». Aunque, en términos científicos, sería más adecuado referirse a ella como la voz del córtex pre-frontal.

A modo de definición, se puede decir que es una narración que nace en el interior de todo ser humano y se proyecta, generalmente, hacia el futuro a modo de preparación para los acontecimientos venideros. O, dicho de otra manera, es una voz que surge desde dentro de ti para ayudarte, en base a los recuerdos, a decidir qué hacer y cómo hacerlo.

¿Qué dimensiones tiene? ¿Es un monólogo o un diálogo?

En términos generales los expertos distinguen tres características o dimensiones de la voz interior: La primera sería la dimensión dialógica, que defiende que este discurso interno puede equipararse, por su complejidad, al discurso con cualquier otra persona. Por otra parte, estaría la dimensión de condensación, entendida como el grado de detalle que alcanza ese razonamiento interior. Y, por último, está la dimensión de intencionalidad, relacionada con la conciencia y el inconsciente, y que se refiere al grado de voluntariedad del habla interna.

Dadas estas tres dimensiones, podemos considerarla tanto un diálogo como un monólogo, y puede adquirir indistintamente ambas formas.

¿Qué más sabemos de ella?

Esta voz se va construyendo paulatinamente desde la temprana infancia. Al principio, se manifiesta de una forma muy evidente, seguro que en más de una ocasión has escuchado a un niño expresar en voz alta sus pensamientos. Pero después, a medida que crecemos, ese discurso se va desplazando hacia el interior, convirtiéndose en un diálogo privado.

Las dificultades para su estudio vienen dadas en gran medida y precisamente por este motivo ya que, debido a su naturaleza interna, no se puede medir directamente, solo podemos acceder a ella a través de lo que la persona comunica al investigador, de lo que éstos quieren dar a conocer y también de cómo la interpretan. Además, también hay que tener en cuenta que hay tantas voces interiores como personas existen.

No obstante, los diferentes estudios que se han hecho entorno a ella han arrojado algo de luz y con resultados verdaderamente interesantes.

Los trabajos del psicólogo estadounidense Russell Hulburt, pionero en la investigación de la experiencia interior, llegaron a la conclusión de que, como promedio, cada persona pasa una cuarta parte de su vida (en vigilia) manteniendo este diálogo interno.

Además, las investigaciones de Hulburt también demostraron que esto es algo que no siempre se cumple de la misma forma.

Hasta hace poco, se creía que la voz interior era intrínseca a la propia condición humana, pero… ¿Crees que todos los seres humanos llevan en su interior a esa especie de “narrador”? Los avances de la neurociencia han permitido obtener resultados sorprendentes al respecto.

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¿Es posible que haya personas sin voz interior?

La respuesta de la ciencia a esta pregunta es muy clara: sí, es posible. La mayor parte de las personas mantienen esa conversación constante consigo mismas, pero también hay otras con un pensamiento más visual y abstracto, que no practican ese diálogo interior.

Charles Fernyhough psicólogo de la Universidad de Durham, explica que nuestro diálogo interno genera casi 4.000 palabras por minuto, es decir, trabaja 10 veces más rápido que el habla verbal. Y también, en sus investigaciones comprobó que un 90 % de los participantes en sus estudios sí la tenían. Así pues, según él, tener diálogo interno es lo más habitual, pero no hay que entenderlo de un modo absoluto. Sus investigaciones demuestran que hay personas que dialogan con esa voz constantemente, otras que lo hacen solo a veces y algunas que nunca recurren a ella.

Trabajos como los de Fernyhough y Hulburt, entre otros, permitieron descubrir que hay personas que no procesan lo que sucede a su alrededor siguiendo una narrativa textual.

Algunas personas llevan a cabo este procesamiento de una manera estrictamente visual y otras mediante sensaciones, pero no a través de una voz o de palabras.

Lilian Vallés, neurocientífica de la Universidad de Valencia, dice que esto «depende de cada persona». Las hay más enfocadas al pensamiento visual, al lingüístico o al que se expresa por medio de sensaciones. Incluso puede ser que, en una misma persona, todas esas formas de representar la realidad se vayan combinando según el momento.

Es decir, que también puede existir una comunicación interna variable o cambiante, imposible de adscribir a una forma única de interpretar la realidad circundante.

Pero sigamos ahondando un poco más en el tema. Estudios realizados por científicos de la Universidad de Wisconsin-Madison han explorado la relación interna que el ser humano establece en su mente para organizar sus pensamientos.

Estudiaron las reacciones de los participantes frente a determinados estímulos, tanto verbales como no verbales. De nuevo, pudieron determinar que la voz interior no es la única forma de estructurar los pensamientos. Comprobaron, como los anteriores, que algunas personas se rigen por criterios visuales en el momento de organizar su forma de pensar, mientras que otras siguen patrones abstractos o conceptos.

Sin embargo, lo más destacable de sus investigaciones, fue que descubrieron que aquellas personas que aseguraban no utilizar mínimamente la voz interior presentaban también más dificultades a la hora de explicar sus propias ideas o pensamientos.

En consecuencia, concluyeron que la capacidad de “hablar con uno mismo” tendría consecuencias positivas en cuanto al autoconocimiento y al ordenamiento de los pensamientos.

diálogo interno

¿Cuándo hay que aprender a controlar el diálogo interno?

Como hemos visto, el diálogo interno es un fenómeno complejo y multifacético que tiene un enorme impacto en la estructura de nuestro cerebro y en nuestro comportamiento. Es necesario para ordenar nuestras ideas y planificar nuestras acciones.

Pero ¿Qué sucede cuando este diálogo no nos ayuda, sino que más bien nos boicotea o nos limita? El profesor de la Escuela de medicina de la Universidad de Yale John H. Krystal, advierte de que “un diálogo interno negativo y persistente debilita múltiples estructuras neuronales haciendo que las personas sean más vulnerables al estrés”. Por este motivo, todos deberíamos aprender a ejercer un control de calidad sobre el mismo y hacer que esta capacidad de “hablar con uno mismo” sea funcional. Para ello debemos de darnos cuenta de cómo es y cómo afecta a nuestras emociones y conductas.

Los estilos del diálogo interno o la voz interior

Desde la psicología se ha llegado a clasificar cuatro estilos de diálogo interno. Debemos ponerles especial atención por su repercusión negativa en nuestro comportamiento y, en consecuencia, en nuestro bienestar:

  • El estilo catastrófico:  Aquí, el diálogo interno se suele enfocar hacia el futuro, viéndose éste como una amenaza. De esta manera la persona interpreta que cualquier cosa que ocurra puede convertirse en una tragedia cuando menos se lo espera.
  • El estilo autocrítico: estilo propio de las personas que se juzgan a sí mismas negativamente y que se critican por todo. Algunas frases de este tipo de diálogo son: “no puedo”, “soy incapaz”, “no lo merezco” etc…
  • El estilo victimista: el tipo de pensamientos que llegan a la mente de una persona con estilo victimista tienen que ver con el lamento. Los sentimientos de desprotección o desesperanza son los que gobiernan este estilo.
  • El estilo autoexigente: estilo propio de las personas muy perfeccionistas que nunca parecen satisfechas con cómo hacen las cosas. Que se muestran Intolerantes frente a los errores.

Así pues, y a modo de resumen de todo lo expuesto, podemos concluir que:

  • La mayor parte de las personas tenemos este diálogo interno, aunque no es igual para todos. Este puede adoptar diferentes formas.
  • Para poder controlar nuestro diálogo interno debemos detectar cómo se genera y si su intensidad es elevada.
  • Debemos de prestar especial atención, observar y detectar si alguno (o varios) de los estilos negativos descritos está muy presente en él.
  • Mediante un proceso de entrenamiento, las personas podemos aprender a modificarlo, generando pensamientos y afirmaciones más funcionales. De esta forma nos ayudarán, como hemos apuntado antes, a promover el autoconocimiento y con la planificación de nuestras acciones de forma efectiva.

El tenista André Agassi, 8 veces campeón del Gran Slam, destaca la importancia que tuvo para él hablar consigo mismo. Esto lo explica en su libro biográfico “Open” en el cual, además, describe el tenis como el deporte más solitario de todos.

El tenis es el deporte más solitario que existe. Incluso más solitario que el boxeo, porque el boxeador al menos, puede abrazarse a su oponente cuando está cansado y recibe en todo momento el apoyo de su entrenador.  El tenista, en cambio, se encuentra aislado a uno u otro lado de la pista. Está separado de su adversario por una red y sin poder comunicarse más que con uno mismo. Entre punto y punto dispone de demasiado tiempo para dejarse arrastrar por las emociones, caer en las trampas del ego y perder la concentración”.

¿Sabes qué hacía y como se dirigía a sí mismo en esos tiempos muertos entre puntos? Una de las técnicas que utilizaba en su preparación mental para controlar ese diálogo y, en consecuencia, su juego, era hablarse a sí mismo. Esto lo hacía cambiando el pronombre “yo” por el nombre propio, y, así, por ejemplo, se decía a sí mismo “¡sigue tu saque, André!”.